Esta es una historia DE INFARTO sobre un fiero monstruo consumado en la oscuridad mucho antes de que el primer hombre se arrastrara del mar de lodo. Es una versión propia a partir de la original escrita por Robert E. Howard en 1932 para la revista Weird Tales y que se encuentra en dominio público. La traducción y la edición están hechas por Grimoria, en la fantástica tierra de Zipaquirá. Acompañando el texto proponemos una lectura en voz alta y una muestra de libros.

Conan el bárbaro es la creación de la curiosa mente de Robert E. Howard, es el inicio del género Sword an Sorcery que directamente influyó todo lo que conocemos como Calabozos y Dragones y a esa manía por el medievalismo que tenemos en nuestra cultura popular. Este hombre no solo ejemplifica el concepto del Buen Salvaje: esa idea de que los seres humanos que pertenecieron a civilizaciones muy antiguas eran puros de corazón, inocentes; pero Conan es sanguinario, salvaje, mortal y cruel. Todo este género, aunque nos parezca infantil gracias a asociar Calabozos y Dragones con adolescentes precoces que se esconden en el sótano de algún hogar estadounidense a lo Stranger Things, es una joya de la literatura Pulp, pues entretiene. Robert E. Howard hace popular al bárbaro favorito de todos al publicarle en Weird Tales y en otras revistas icónicas de la era. Una de las primeras publicaciones, en 1932 es El Fénix en la Espada. Esta ilustración de Elle Collins describe su mejor escena.
Queremos ofrecerles un vistazo por la bella edición que tenemos en nuestra tienda. El único y fenomenal Conan de Cimeria de Minotauro, pasta dura, de bellísimo verde escarlata y alto precio. Es el primero de tres volúmenes de antología completa del bárbaro más favorito de todos. El interior del libro nos recibe con una maravillosa ilustración en el estilo tradicional de los pulp: es un semi realismo, propio de los libros de texto con los que enseñan historia; pero aquí hay musculaturas impresionantes, anatomías extrañas, armaduras extravagantes y muchos, muchos paisajes imaginarios, de aquellos que sólo moran en lo profundo de la mente del artista. Cada uno de los relatos tiene su año de publicación, para entender el desarrollo personal de nuestro querido Bob Howard. La impresión: impecable; el tamaño: bíblico; las ilustraciones: inspiradoras como el Puma Pride.
Quiero que sepas, príncipe, que en los años en que de los océanos bebía Atlantis y antes de que las ciudades brillaran en la noche y mucho antes de que los hijos de Aryas amenazaran al mundo, existió una edad de oro, donde míticos reinos poblaron el mundo como estrellas en la noche.
Nemedia, Ofir, Brythunia, Hyperborea y Zamora con sus mujeres de cabello oscuro y torres infestadas de arañas y misterio, Zingara con su caballería, Koth, que bordeaba las tierras pastorales de Shem, Stygia con sus tumbas cuidadas por poderosas sombras, Hyrkania cuyos jinetes portaban hierro y seda y oro. Pero el reino más orgulloso de todos era Aquilonia, reinando supremo en el salvaje oeste.
Entonces llegó CONAN de Cimeria, de cabello oscuro, mirada profunda, siempre con espada en mano y con habilidades de ladrón, saqueador, destructor, con gigantes melancolías y toneladas del mágico mineral: myrth. Él vino para amenazar los tronos adornados con preciosas gemas, los tronos de los reyes de la tierra, él es una leyenda, él es CONAN EL BÁRBARO.
Adornada con dorados telares en las paredes de mármol, alfombras tejidas con filigrana de oro y plata era la habitación real de Conan. Él, forjado por vientos y soles crueles de sus tierras salvajes; su más ligero movimiento tiene la coordinación mortal de un hombre nacido y criado en la guerra.
Sus ropas finas, pero simples. No hay anillos ni ornamentos, su cuerpo solo lleva puesta una capucha negra en los hombros y una diadema de plata va en su frente, la corona.

En los años ochenta, Arnold Schwarzenegger se convirtió en el referente físico de Conan con la película simplemente nombrada: Conan El Bárbaro. Aquí está un afiche ilustrado por Frank Frazetta, quien le dio la icónica estética musculosa del salvaje cimerio.
Bajo pirámides cavernosas Set duerme sin sueños;
Bajo las sombras de las tumbas su nocturna prole mora;
Hablo del mundo de los golfos ocultos que no conocen el sol.
Envíame un sirviente para mi odio, oh dios de escamas brillantes.
El sol se puso, el bosque azul y verde. Los rayos de luz brillaron en la gruesa cadena de oro enredada sobre una sudorosa mano. El hechicero estaba sentado, sobre su jardín floreciente de rosas y otras coloridas flores. Dentro de un círculo de árboles tomó asiento y cantó una sinfonía de invocación a Set, eterna como los eones.
Niégate ante la luz de la luna y abre los ojos ante los más oscuros vacíos. ¿Qué es lo que ves, oh serpiente de set? ¿A quién llamas desde los golfos de la noche? Qué sombra cae en la luz evanescente?”.
Y acariciando las escamas de su anillo con una particular seña de sus dedos, el brujo susurró nombres negros y viejos encantos. El no ignora que el mundo va más allá que tierras salvajes de Estigia, donde siluetas monstruosas se mueven en el crepúsculo tumulario.
El aire revoloteó y se hizo un remolino en el agua, rayos y amenazas del inframundo se conjuraron y entonces una criatura salió a la superficie. Un viento helado sopló en su cara y Thoth, el hechicero más negro del reino, sintió una presencia en su espalda, pero no se giró, pues sabía que era la muerte, marcando su destino; mantuvo sus ojos fijos en el lugar de su sacrificio; continuó susurrando encantos, su sombra creció en tamaño y claridad y orgulloso, apreció el logro de su encantamiento. La sombra se movió, indistinta y horrible. Su contorno, el de un simio espantoso que jamás caminó antes sobre esta tierra. Y Thoth, el culebrero más perverso, no miró, siguió invocando a su maestro.
“ME CONOCES BIEN, esclavo del anillo ¿Cuál es tu frívola voluntad?”
Exclamó una voz poderosa y triple.
«CONAN» Gritó a los cuatro vientos el negro invocador.
«CÁZALO, PERSÍGUELO hasta los confines del universo conocido. Destruye todo lo que conoce, destrúyelo. Destruye a CONAN EL BÁRBARO”.
Y los truenos cesaron y la cosa gris se estiró y su sombra era la de un ser no conocido en este mundo. Y lo que sea que reflejaba la luz de la luna se movió y ese horror bajó sobre la tierra y saboreó el rastro de su presa y lo siguió, como un sabueso del mal. Toth, el rezandero estigio levantó sus brazos en excitación y sus ojos y sus dientes brillaron en la negrura de la noche al compás de la maniaca risa que ahora conjuraba.

Existen varios ciclos de publicación de Conan, el primero que constó de 12 libros y fue editado y sistematizado por una figura grande en su tiempo de la que hablaremos en otro momento en esta página: L. Sprague de Camp. A pesar del éxito del bárbaro más sangriento de todos, se necesitó de treinta años para configurarse en 12 volúmenes. Howard sólo se dedicó a escribir; de Camp se dedicó a unir con hilos los trozos separados.
Cuando el mundo era joven y los hombres eran débiles
Las criaturas de la noche caminaban libremente
Yo luché entonces contra el fuego negro y el hierro de Set
Ahora duermo en el oscuro corazón de la selva
Y las edades ya han cobrado su paso.
¿Te has olvidado quién luchó con la serpiente para salvar el alma de los hombres?
El rey Conan estaba solo en los aposentos reales de la maravillosa cúpula dorada, durmiendo y soñando. A través de la bruma, oyó su nombre, débil y remoto. El monarca se levantó de su cama, aunque no entendió por qué no podía ver las paredes. Negra bruma cubría todo y un púrpura atemporal brillaba desde el fondo de una alameda de esculturas de reyes de todos los tiempos y todos los reinos. Conan atravesó las diáfanas nubes, siguiendo una voz que llamaba su nombre y se hacía más nítida con cada paso.
El llamado surcaba abismos del Espacio y del Tiempo. Tras un enorme corredor oscuro de sólida piedra negra, en penumbras se encontró Conan. La luz no era necesaria, los ojos del espíritu le permitían apreciar las finas tallas de las paredes de un pasillo enorme sobre el cual seguía caminando y que terminaba en una amplia escalera adornada con símbolos esotéricos antiguos y terribles. Y en cada peldaño adornaba la talla de Set, la Antigua Serpiente, erigiéndose campeona entre todos los dioses ya olvidados.
La voz siguió llamándolo y, finalmente, se alumbró de púrpura la cima de la escalera y de allí emergió una tumba en forma de trono y, sentado en ese místico y simbólico trono, un hombre de barbas largas y túnica de lino blanca.
«Epemitreus, el eterno mago te ha llamado a su reino» Sonaban susurros de muchas voces ambientando el espacio. «Él reina sobre los reyes, él impera todo emperador, el comanda todo comandante».
«CONAN DE CIMERIA» profesó al fin el anciano, en una voz tan terrible que el rey dobló su rodilla y se postró ante el rey de reyes.
«HAS SIDO MARCADO CON EL SELLO, MORIRÁS. TU TIEMPO ES AHORA, PERO NO DE MORIR».
–Hablas de forma enigmática –dijo Conan, respetuoso y mirando al suelo–. Déjame ver a mi enemigo para destrozar su cráneo y reinar sublime.
–UNA SERPIENTE HA CRUZADO LOS VACIÓS EXTERIORES. DAME TU ESPADA.
Conan, asombrado, vio que su espada flotaba a su lado, con la empuñadura de un cráneo de águila. Conan la tomó entre sus manos y ceremonialmente la pasó al anciano, que, con solo posar un dedo, trazó un extraño símbolo que brillaba como el fuego entre las sombras. Conan trató de mirar a los ojos al rey, pero al instante la cripta, la tumba y el anciano desaparecieron y Conan, desconcertado, se levantó de un salto del lecho real en la enorme cúpula dorada, sosteniendo la espada en la mano. En la brillante hoja de metal fino, brillante, vivía la silueta de un fénix.

En los años 70 a Marvel le dio la idea de publicar a Conan en historietas, lo que concretó el arquetipo del bárbaro: sangre, músculos y pelo largo eran sólo la norma para los salvajes setentas. Así, Conan recibió muchos apellidos: el Conquistador, El Inconquistable, El Salvaje, Espada Salvaje. Conan también es un escenario para pensar la masculinidad: aunque varias de las historias tienen fuertes cargas de machismo y de racismo, con orientales y africanos de villanos y con mujeres de esclavas; es un universo de realidad que han quedado atrás, en los tiempos antiguos, cuando existió Cimeria y los reinos imaginarios que la creyeron muy, muy lejana.
–¡Gromel! –
Gritó Ascalante, el capitán traidor de la guardia real, preparado detrás de los aposentos del rey, a traicionar, a acabar con CONAN EL BÁRBARO, que, días después del sueño, ya se encontraba preparado para la batalla
¡Tira abajo esta puerta!
El gigante respiró hondo y se abalanzó sobre la puerta, que chirrió y se combó ante el impacto. La puerta se hizo pedazos con ruido de goznes salidos y de madera destrozada.
¡MUERTE AL BÁRBARO TIRANO!
Y una docena de mercenarios con armadura dorada y finas cimitarras entraron al aposento. El fijo terciopelo carmesí de los orientales muebles de la habitación resaltaron con el dorado de las máscaras de los asesinos que, al entrar, se detuvieron en seco, vislumbrando al terrible bárbaro.
Conan estaba frente a ellos, con armadura puesta y su enorme espada en la mano, y no desnudo y dormido como ellos esperaban. Sus cabellos, trenzados para la batalla, sus amuletos colgando de su pecho y sus ojos brillando de sed de sangre.
Gromel, el gigante sin armadura y con una fiera espada rompió el silencio con un grito aterrador. Al ser que le faltaba la razón le sobraba el coraje y se abalanzó sobre Conan, embistiendo como un toro, espada en mano para dar la primera estocada. El rey dio un salto a su encuentro, blandiendo la espada con todas sus fuerzas. El enorme sable trazó un arco en el aire y golpeó el casco del bruto mutante. La hoja y el yelmo vibraron y Gromel cayó al suelo, muerto. Su cráneo, roto por el golpe; la espada, rota por el cráneo.
Conan dio un paso atrás, aferrando la empuñadura rota.
Y gritó, como un primate endemoniado lanzándose a la guerra. Los mercenarios, no tuvieron de otra sino atacar. La punta de una daga le rozó las costillas a través de la armadura. El filo de una espada brilló delante de sus ojos. Apartó al hombre que empuñaba la daga con la mano izquierda y le golpeó la sien con la empuñadura rota.
Los sesos del hombre le salpicaron la cara.
Conan tomó la espada del muerto y al instante la rompió de nuevo sobre el cuerpo de un asesino que, aún con armadura, cayó al suelo con las costillas destrozadas. El cimerio tomó el cuerpo del gigante y lo levantó sobre su cabeza, gritando, lo arrojó sobre los mercenarios para ganar tiempo.
Conan se acercó a la pared de un salto y arrancó una hacha de batalla que, ajena al paso del tiempo, había pasado medio siglo allí colgada. Con la espalda contra la pared, se enfrentó a los hombres y saltó en medio del círculo formado por estos. De un voraz redoble del hacha dejó un brazo cercenado y de un terrible revés aplastó el cráneo de otros dos. Las espadas gemían vengativas a su alrededor, pero la muerte solo le rozaba a una distancia de milímetros.
El cimmerio se movía con la cegadora velocidad de un tigre rodeado de simios y al saltar, esquivar y atacar ofrecía un blanco en perpetuo movimiento. El hacha tejía un manto de muerte a su alrededor. Durante unos instantes, los asesinos lo rodearon con fiereza, atacando, pero su mismo número era una desventaja, porque chocaban unos contra otros; luego retrocedieron. La docena de cadáveres que había en el suelo daban fe de la furia del rey, si bien Conan sangraba por varias heridas que tenía en el brazo, el cuello y las piernas.
El jefe, Ascalante, saltó adelante, previendo la debilidad del rey y buscando la fama. Con los reflejos de un felino cortó la mano del capitán con un hachazo y lo arrojó al suelo con un fuerte patadón. El grito espectral de alguien que jamás había recibido una herida de guerra detuvo el combate. Conan se detuvo frente al hombre que lloraba por su mano y lo levantó de la cabeza, con una sola mano. El hombre gritaba y suplicaba por su vida hasta que Conan le aplastó el cráneo contra el suelo, arrojando el cadaver del capitán a los pies de los mercenarios.
Entonces, de la puerta un grito terrible surgió y una negra sombra deforme apareció sobre la pared. La sombra se abalanzó sobre Conan y este cayó al suelo y unos enormes colmillos se hundieron dolorosamente en su carne. Retorciéndose con desesperación, el cimerio volvió la cabeza y vio el rostro de la pesadilla y de la locura. Encima suyo, apestaba una enorme cosa negra, que él sabía que no había nacido en un mundo humano. Tenía dos negros dientes cerca de su garganta y la mirada de unos ojos amarillos le quemó las extremidades como un viento mortífero. Su rostro abominable trascendía la mera animalidad. Era una momia antigua y maligna, animada con demoníaca vida.
El forcejeo fue salvaje, los mercenarios no se atrevían a moverse cuando estas dos bestias luchaban por su vida en el suelo. Tras varias vueltas, Conan se prendió de la espalda del monstruo, que era tres veces mayor a él y, con una llave atlética, torció el brazo de la horrible aparición, desprendiéndolo del torso, bañándose con una ducha de negra sangre.
Conan, limpiándose el hediondo líquido que le cubría la cara, miraba atónito. Al principio pensó que era un enorme sabueso negro, pero luego se dio cuenta de que no se trataba de un perro sino de un mono.
El rey fue arrojado a un lado, y, apoyándose en una mano, vio las terribles convulsiones del monstruo, de cuyas heridas brotaba sangre espesa. Y mientras todavía le observaba, sus movimientos cesaron y se quedó tendido en el suelo, sacudiéndose con espasmos, al tiempo que miraba hacia arriba con sus ojos muertos. Conan parpadeó y se limpió la sangre de la cara. Le parecía que la cosa se derretía y se desintegraba, convirtiéndose en una masa viscosa e informe.
Entonces llegó a los oídos del rey una confusión de voces y la habitación se llenó de gente del palacio –caballeros, nobles, damas, hombres de armas, consejeros– que gritaban y chocaban unos con otros. Los hombres, fieles a Conan, consiguieron detener la hemorragia de las heridas y la vitalidad innata del bárbaro se manifestó una vez más.
Sobre el suelo, en donde murió el horrible monstruo, alumbraron con la luz de una vela. En la habitación reinaba un silencio estremecedor. Allí yacía una sombra tangible, una enorme mancha oscura que no se podía borrar; la cosa había dejado su contorno claramente marcado con su sangre, y aquel contorno no se parecía al de ningún ser conocido en el mundo. Estaba allí, terrible y siniestro, como la sombra de uno de los dioses mono que se agazapan en los sombríos altares de los oscuros templos de Estigia.
Solo un pequeño grupo de sacerdotes conoce el secreto del corredor de piedra negra que manos desconocidas esculpieron en el negro corazón del monte Golamira o acerca de la tumba protegida por el fénix en la que fue enterrado Epemitreus hace mil quinientos años. Y desde entonces ningún ser humano ha entrado allí, porque los elegidos, después de colocar al sabio en la cripta, cerraron la entrada del corredor de modo que nadie pudiera encontrarla y hoy en día ni siquiera los sumos sacerdotes saben dónde está. El pequeño grupo de acólitos de Mitra conoce solo de oídas, por boca de los sumos sacerdotes, el lugar del reposo eterno de Epemitreus en el negro corazón de Golamira y guardan celosamente el secreto. Este es uno de los Misterios en los que se basa el culto de Mitra. El rey pudo vivir por el emblema del fénix inmortal que se cierne eternamente sobre su tumba.
